La casa de Hanna



En La casa de Hanna el concepto de hogar aparece como un espacio en ruinas, despojado de su promesa de protección. La pieza está construida a partir de materiales humildes —madera gastada, cartón endurecido, una bombilla pintada de negro y un dado—, elementos que en su encuentro componen una arquitectura precaria, cercana al derrumbe. Este gesto material revela la tensión entre lo que debería sostener y lo que inevitablemente cede, como metáfora de la vulnerabilidad de la existencia en contextos de violencia y desplazamiento.


La bombilla negra es un signo poderoso: al negar la luz, niega también la posibilidad de claridad, de vida cotidiana, de continuidad. La oscuridad que impone se expande más allá de la pieza misma, configurando un paisaje simbólico donde el hogar queda reducido a un lugar inhabitable.


El dado, en cambio, introduce una lectura distinta pero complementaria. Su presencia señala el azar, el destino jugado en una tirada imprevisible, la fragilidad de la seguridad doméstica frente a la arbitrariedad política y social. La estabilidad del hogar no depende aquí de un arraigo sólido, sino de circunstancias fortuitas que pueden quebrarse en cualquier momento.


El ensamblaje, además, no oculta su precariedad: maderas que parecen a punto de deshacerse, ángulos torcidos, un equilibrio inestable que tensiona la mirada del espectador. No hay armonía ni centralidad, sino fragmentos que apenas se sostienen. Esa condición suspendida y amenazante convierte la obra en una alegoría del exilio, donde la casa deja de ser refugio para convertirse en signo de ausencia y pérdida.


La casa de Hanna no busca idealizar el recuerdo ni reconstruir nostálgicamente un hogar perdido. Por el contrario, se presenta como un testimonio crítico de la imposibilidad de habitar, de la fragilidad de aquello que llamamos pertenencia. En su materialidad tosca y en su lectura simbólica, la pieza interpela directamente la indiferencia de quienes observan desde la distancia, obligándonos a confrontar el hecho de que, en determinados contextos históricos, la casa ya no existe: solo quedan sus restos, sus ruinas y el eco de lo que alguna vez fue refugio.