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En esta obra, los fragmentos de madera conforman una estructura quebrada, que parece sostenerse apenas en un equilibrio precario. Lo clásico se insinúa en la imagen fotográfica en blanco y negro: un guiño a la tradición pictórica y escultórica que, al insertarse en la dureza del ensamblaje contemporáneo, deja de pertenecer a un orden estable. La composición no busca la armonía, sino el desencuentro: maderas que no encajan, ángulos forzados, clavos que afirman y al mismo tiempo hieren.


El diálogo entre lo clásico y lo contemporáneo se convierte así en un choque que no alcanza la conciliación. El gesto visual transmite una lectura de derrota, de colapso inevitable: como si el intento de sostener la memoria y el presente dentro de una misma forma terminara en ruina. En esa imposibilidad, todo parece caer, recordándonos que los lenguajes del arte —como la propia historia— están atravesados por tensiones irresueltas.